Todos los años, en la época de fin de año, tenemos el recuerdo de un gran acontecimiento histórico. Sean cuales fueran nuestras creencias, o nuestra incredulidad, estamos obligados a reconocer el hecho de que hace mil novecientos y tantos años, en el pueblo de Belén, en Palestina, nació aquel Niño Jesús, destinado a ser llamado el Cristo, cuya actuación, y cuya palabra, iban a dejar su impacto en el mundo para todas las generaciones. ¿Quién era él? ¿De dónde vino? ¿Cuál era el motivo de su venida al mundo? ¿Cómo es que ha podido influenciar para bien a tantos millones de seres humanos?
Tratándose de un mero mortal, no hacemos semejantes preguntas, pero tratándose del Señor Jesucristo, de aquel que reclamaba ser el unigénito Hijo de Dios, hay que hacerlas. Pues su venida al mundo no fue el comienzo de su existencia. El no era criatura del tiempo, sino que fue antes de todo lo creado, y es el Autor de todo ello. Como dice la Santa Escritura: “Todo fue creado por él, y para él.” Y cuando vino al mundo, vino voluntariamente; vino de un mundo de gloria a un mundo de pecado y miseria, tomando nuestra condición de carne y sangre, para morar entre nosotros. Y tan extraordinario es este suceso, que demanda una explicación extraordinaria. Por eso preguntamos: ¿Por qué vino Cristo al mundo?
Cristo En Profecía
Con cientos de años de anticipación el profeta Isaías había anunciado: "Un niño nos es nacido; hijo nos es dado; y el principado sobre su hombro: y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz.” De un mero mortal no se podría hablar así. Otro profeta, Miqueas, había hablado de esta manera: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para ser entre los millares de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde la eternidad. ” Tampoco esto se puede decir de un mero mortal.
Tengamos presente, entonces, que cuando hablamos de Jesús, el Cristo, estamos hablando de aquel que es el Eterno, el Dios Todopoderoso; y es esto que hace tanto más sublime el hecho de su encarnación. Con asombro le contemplamos recostado en aquel pesebre, y con reverencia preguntamos: ¿Qué motivo pudo haber para que aquel Ser divino se humillase tanto? La respuesta a esta pregunta la encontramos en muchas partes de la Palabra de Dios. EI mismo Salvador nos la dio en estas palabras: "El Hijo del Hombre ha venido para buscar y salvar lo que se había perdido. ” Y el apóstol Pablo la expresa así: “Palabra fiel, y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15).
Cristo en el Mundo
He aquí la verdad del evangelio: verdad en que hemos de insistir mucho: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar, no a los justos y buenos, sino a los pecadores. ¡Cuántas personas persisten aún en el error de suponer que las bendiciones del evangelio son para personas de mérito, y que Cristo debe ser necesariamente el Redentor de seres dignos! Pero el evangelio de la gracia de Dios es, al contrario, para los necesitados y culpables; y anuncia salvación, no para los buenos y virtuosos, sino para los pecadores, transgresores e impíos.
La misma venida del Hijo de Dios al mundo, en calidad de Salvador, implica y demuestra que la humanidad necesitaba ser librada de un mal muy enorme, del cual los hombres en ninguna manera podían librarse a sí mismos. Y ese mal, que es nuestro pecado, asume proporciones gravísimas cuando reflexionamos que el Salvador tomó nuestra condición humana a fin de ofrecerse en sacrificio por nuestras culpas.
Cristo vino para salvar a los pecadores, pero de qué manera los iba a salvar? No vino simplemente al mundo en visita de cortesía para darnos buenos consejos y mostrarnos el ejemplo de una vida inmaculada. Vino para poner su vida en precio de nuestro rescate. Vino para ofrecerse en sacrificio para expiación de nuestra maldad. Vino para morir la muerte que nosotros habíamos merecido, y así librarnos de eterna condenación. Lo declara la Santa Escritura en estas palabras: “El herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Isaías 53. ) La misión del Salvador al mundo tuvo por finalidad proveer salvación gratuita e inmerecida para nosotros pecadores, por medio de ese sacrificio; y esta gran salvación es nuestra desde el momento que nos arrepentimos y depositamos nuestra fe sinceramente en él. ?
A. S.